Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo, reflejo de su estructura, será también un misterio
(Santiago Ramón y Cajal)


27 de diciembre de 2008

Alteraciones de la expresión emocional

Hay personas que han tenido un accidente vascular en una amplia región de la corteza motora izquierda (por ejemplo), que controla la expresión facial de la cara derecha, y que son incapaces de contraer la comisura derecha del labio pero sí pueden retraer las comisuras izquierda y derecha en situaciones tan especiales como un ataque de risa. Dicho de otra forma, a la persona se le nota la risa fingida, pero nadie detecta sus problemas neurales cuando se ríe porque le hace gracia una situación determinada, es decir, expresa su risa como la mayor parte de la gente. Esta circunstancia tiene una explicación. Veamos.
Con esta lesión cerebral, cuando deseamos mover la comisura labial derecha debemos poner en funcionamiento la corteza motora izquierda, pero no podemos porque no funciona; sin embargo, la activación emocional de la cara no requiere de la corteza cerebral, sino de sistemas subcorticales. Esta alteración se denomina paresia facial volitiva.
Además, hay otro problema que se llama paresia facial emocional que puede estar originada por una lesión en alguna zona subcortical, el tálamo por ejemplo; permite un correcto movimiento de los músculos de la cara porque la corteza motora facial es normal pero, por el contrario, las personas con este problema no son capaces de manifestar emociones por el lado afectado.
Esto puede corroborarse en los pacientes que padecen la enfermedad de Parkinson. Esta alteración neurológica es debida a una degeneración de la sustancia negra —cuyas neuronas utilizan dopamina como neurotransmisor—, que es una zona del cerebro que contacta con el cuerpo estriado de los ganglios basales. La cara de estos enfermos es bastante inexpresiva, carecen de la expresión emocional espontánea y, sin embargo, pueden mover sus músculos faciales voluntariamente.

16 de diciembre de 2008

Algo de anatomía facial emocional

La cara humana tiene una gran cantidad de músculos con una delicada y precisa inervación que posibilita la realización de muchas funciones fundamentales: masticamos, hablamos, etc. y expresamos las emociones. Los músculos de la cara están inervados por dos pares de nervios, el facial y el trigémino; el primero es el responsable de la actividad de los músculos cuyas contracciones y relajaciones determinarán la expresión de la cara, y el nervio trigémino contacta con los músculos que hacen posible el movimiento de la mandíbula.
No voy a realizar una relación detallada de las complicadas vías nerviosas que permiten el movimiento de los músculo faciales, bastará decir que desde la corteza cerebral motora parten fibras nerviosas que contactan con un área llamada núcleo del nervio facial (situada en el tronco del encéfalo). Este núcleo es el origen de otras neuronas que forman el nervio facial. Si queremos guiñar el ojo derecho, las señales nerviosas se crearán en la corteza motora izquierda. Por otro lado, la corteza motora implicada en el control de los músculos de la cara es mayor que la implicada en los movimientos precisos de la mano, lo que da idea de la importancia biológica de la expresión facial a lo largo de la historia de nuestra especie.
El nervio facial pasa muy cerca de la glándula parótida, una de las glándulas salivares, y este detalle anatómico explica que, en ocasiones, si se produce una tumoración en esa glándula es muy fácil que afecte al nervio facial, que acabará siendo destruido por el cáncer o por la operación quirúrgica requerida para extirpar el tumor. Si esto ocurre, la persona perderá la capacidad de manifestar las emociones con ese lado de la cara y tampoco podrá cerrar totalmente el ojo correspondiente, ni los labios.
Pero, por favor, no pierda usted la capacidad de emocionarse y de expresar las emociones durante estos días: FELIZ NAVIDAD

9 de diciembre de 2008

Nuestro espejo emocional

La cara de una persona, la de los animales también, es el centro desde donde se expresan las emociones. Decimos que tal persona es inexpresiva o muy expresiva y nos fijamos sólo en la cara. No es difícil darnos cuenta de que un hombre está triste, alegre o tiene miedo, basta que lo miremos. Una mueca nos puede decir muchas cosas y de eso se trata, de que nos las diga, de que nos informe de cuál es la situación del interlocutor.
Sin embargo, hay circunstancias en las que hay una necesidad, real o ficticia, de esconder la expresión de las emociones. Es evidente que un jugador de poker que recibe cuatro ases de mano deberá hacer lo posible para que sus compañeros de partida no se den cuenta de una jugada tan formidable. Hay sociedades en las que no resulta correcto que un varón muestre una tristeza que desemboque en el llanto, ni siquiera por el fallecimiento de un ser querido. También se dan situaciones en las que la educación nos obliga a ser solidarios emocionalmente con la persona que nos está contando una desgracia. Todo ello implica que la expresión de las emociones puede ser, en mayor o menor medida, controlada.
En gran medida, los trabajos de Darwin sobre la expresión emocional (de los que ya hemos hablado en otro post: Los primeros estudios sobre la expresión de las emociones ) fueron confirmados, muchos años después, por Woodworth y Schlosberg (1954) e Izard (1971), con estudios sobre la manifestación de las emociones en niños ciegos. Un hombre adulto ciego puede manifestar ciertas emociones de manera similar a como lo hace un vidente, porque puede haber oído o leído cómo expresan las emociones las personas y, consciente o inconscientemente, repetirlas. Sin embargo, los niños ciegos no han podido aprender a manifestar las emociones imitando lo que han visto de sus mayores y amigos. Los autores citados han puesto de manifiesto que la expresión facial de las emociones de los niños invidentes es igual que la de los niños no ciegos. Esto apoya que este fenómeno es innato y característico de cada especie.
En 1971 Ekman y Friesen publicaban un trabajo en el que se mostraban las capacidades expresivas de los hombres de una tribu de Nueva Guinea que no había tenido contacto alguno con nuestra civilización. Reconocieron fácilmente las emociones que manifestaban los investigadores occidentales y, de la misma manera, éstos tampoco tuvieron ningún problema para identificar los estados de ánimo de los novoguineanos. Parecía, por tanto, evidente que las expresiones emocionales estudiadas eran pautas de conducta innatas.
Los mismos autores publicaron en 1975 un estudio que era una guía para distinguir las emociones por la cara. De acuerdo con estos investigadores, la cara humana es capaz de expresar seis emociones básicas: miedo, tristeza, sorpresa, enfado, asco y felicidad; el resto de la gama emocional sería manifestada mediante la combinación de estas seis expresiones fundamentales.

1 de diciembre de 2008

Las emociones...celulares

Todas las células, sean bacterias, levaduras, de vegetales, etc. cuando son sometidas a la acción de algunos agentes externos nocivos, físicos o químicos, responden con una significativa alteración de su metabolismo que supone la fabricación de unas proteínas capaces de evitar o reducir los daños producidos por los estímulos externos. Esta respuesta al estrés (una emoción) se ha observado desde hace más de treinta años en células aisladas y cultivadas en el laboratorio, en las células de algunos órganos de personas que han sufrido una angina de pecho o en algunas células de enfermos de cáncer que están soportando la agresiva actuación de las sustancias tóxicas de la quimioterapia. Es decir, podemos llegar a la conclusión de que la acción agresiva, estresante, de ciertas sustancias supone la formación de unas proteínas que defenderán a las células contra el estrés.
Las primeras experiencias en este sentido se realizaron con esa especie tan conocida que se llama Drosophila melanogaster, la mosca del vinagre. Cuando se investigaron algunas células de esta mosca que habían sido sometidas a un aumento brusco de la temperatura (lo que científicamente se denomina choque térmico), se comprobó que dejaban de fabricar la mayoría de las proteínas pero, por el contrario, sintetizaban unas proteínas especiales que no existían antes en las células: las proteínas anti-estrés. Esto es, las células habían “desviado” su metabolismo para hacer frente a una situación desfavorable ¿No es esto algo biológicamente necesario para cualquier ser vivo, uni o pluricelular, animal o vegetal?
Las proteínas anti-estrés “defendían” a las células de los ataques estresantes y, en muchas células con las que se ha investigado, se ha comprobado que, en el caso de las proteínas que se expresan como consecuencia del choque térmico, muchas eran semejantes en organismos tan dispares como bacterias, levaduras y Drosophila, lo que supone que este mecanismo defensivo ha sido muy exitoso porque se ha conservado a lo largo de la evolución.

25 de noviembre de 2008

Gall: una aproximación al cerebro emocional

En la década de los setenta del siglo XIX, los conocimientos científicos en general habían evolucionado de tal manera que dieron pie a que se crearan las condiciones suficientes para que algunas disciplinas, hasta entonces poco científicas, emergieran como ciencias autónomas. Es el caso de la psicología, disciplina en la que el estudio de las emociones tuvo un gran predicamento. Un estudioso de la historia de la psicología, Leahey , ha escrito que “el sino de la psicología científica era venir al mundo como híbrido fruto de los trabajos de diversos fisiólogos y de la filosofía de la mente que a mediados del siglo se conoce como psicología”.
Al hacerse más científica, irrumpen en el ámbito psicológico hombres del mundo de la medicina, biología, zoología, e incluso de la química y de otras disciplinas que poca o ninguna relación habían tenido con la “ciencia del alma”. De esta forma, la psicología —al menos alguna de sus ramificaciones— se va haciendo más fisiológica; surge lo que se dio en llamar psicología-fisiológica o psicofisiología.
La primera psicología fisiológica fue la frenología del anatomista vienés Franz Joseph Gall (1758-1828), que intentaba relacionar funciones específicas del comportamiento con regiones cerebrales concretas, o lo que es igual, por la forma del cráneo creía posible deducir las facultades de cualquier persona. Consideraba que el cerebro estaba formado por un gran número de estructuras, cada una con una función concreta, lo que era una idea espectacular a la luz de la ciencia de la época. Hablaba, pues, de una especialización cerebral. No obstante, las ideas frenológicas contenían errores conceptuales tan disparatados como el de relacionar la importancia de los “órganos cerebrales” con su tamaño, o que éstos se podían reconocer desde fuera viendo las protuberancias del cráneo. Gall asignaba a cada zona del cráneo unas peculiaridades, a cuál más “graciosa”: zonas para la veneración, la amistad, la esperanza, el amor conyugal, la benevolencia, etc. Lo cierto es que las concepciones frenológicas de este autor fueron la base para que muchos fisiólogos investigaran las posibles zonas cerebrales responsables del comportamiento, aun siendo estos científicos los que pusieron serias objeciones a los estudios frenológicos.
La obra más importante de Gall vio la luz en colaboración con Johann Caspar Spurzheim (1776-1832), auténtico creador del vocablo frenología y responsable de convertirla en la nueva psicología popular. Se titulaba: Anatomía y Fisiología del sistema nervioso en general y del cerebro en particular, con observaciones sobre la posibilidad de reconocer muchas disposiciones intelectuales y morales del hombre y de los animales por la configuración de sus cabezas. El extenso título nos da una idea clara y precisa del contenido de la ciencia (¡) frenológica.
En la España de mediados del siglo XIX el movimiento frenológico tuvo en el barcelonés Mariano Cubí (1801-1875) a su principal representante y divulgador, pero cuando este sistema pseudocientífico empezaba a decaer en toda Europa.

19 de noviembre de 2008

Primeros pasos emocionales

En la Grecia clásica se pensaba que el universo estaba formado por cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego e Hipócrates (460?-377 a.C.), nacido en Cos y considerado el padre de la Medicina, decía que el principio fundamental de la vida era el calor innato, que sería capaz de transformar los alimentos en humores: sangre, flema o pituita, bilis amarilla o cólera y bilis negra o melancolía. De acuerdo con la doctrina hipocrática, todas las personas tendrían, en diferente proporción, los cuatro humores, pero la perturbación de ese porcentaje sería capaz de provocar la enfermedad
En las edades Antigua y Media, la medicina europea se basaba en el sistema filosófico-científico del médico de Pérgamo, de Galeno (130-200). Durante casi mil quinientos años, el galenismo se mantuvo vigente, dogmático e indiscutido y, a pesar de las nuevas corrientes científicas que le afectaron, en el siglo XVII seguía siendo considerado en gran estima por los profesionales.
El galenismo modifica la medicina hipocrática y considera que las cuatro cualidades (caliente, frío, seco y húmedo) son el origen de los cuatro elementos (fuego, aire, tierra y agua), que al combinarse forman los cuatro humores (sangre, flema, cólera y melancolía).
Se pensaba que el temperamento de una persona era consecuencia del exceso de alguno de los humores; si había exceso de sangre la persona era sanguínea, si de flema, flemática, etc. Esta terminología que continúa, en gran medida, utilizándose en la actualidad para describir una parte de nuestras emociones, de manera similar a como se hacía en la Edad Moderna española y europea. En efecto, el Tesoro de la Lengua castellana o española (1611), de Sebastián de Covarrubias, primero de los diccionarios de castellano, nos explica que la flema es un humor “que hace a los hombres tardos, perezosos y dormilones” y que un hombre colérico es el “fogoso o acelerado”.

10 de noviembre de 2008

Peculiaridades agresivas

Normalmente, se suele decir de una manera muy solemne que “el hombre es el único animal que mata, aunque no vaya a comerse la presa”. Pues no es cierto, esa conducta también la tienen muchos otros animales, por ejemplo, el gato. Veamos.
Si se estimula una región del mesencéfalo que se llama sustancia gris periacueductal (SGP) se genera actividad depredadora. No obstante, hay que precisar que los sistemas cerebrales responsables de esa conducta no son los mismos que los implicados en la conducta relacionada con la alimentación; dicho de otra forma, no intervienen las mismas partes del cerebro si se mata por matar que si se hace porque se tiene hambre.
En el caso de los gatos, un canario (como Piolín) puede ser presa de un lindo gatito (como Silvestre), no para comérselo, sino por placer. Así, si se implantaban electrodos en una de las zonas del cerebro que producen agresión predatoria, los gatitos —de los que se ha dicho que no suelen atacar espontáneamente a los roedores— solo tenían conducta predatoria si se estimulaba eléctricamente esa zona y, sorprendentemente, si se provocaba la estimulación cuando el animal estaba comiendo, abandonaba el plato de pienso para gatos y se lanzaba inmisericorde contra el roedor.

4 de noviembre de 2008

Anatomía cerebral de la agresividad

Vivimos en un mundo extraordinariamente agresivo, probablemente siempre ha sido así: violencia por doquier, noticias violentas en la prensa, radio y televisión, películas violentas (hasta las infantiles), violencia en el deporte…
La agresión en un sentimiento interno, emocional, característico del reino animal y que se puede expresar con una conducta. Sin embargo, la agresión es un acto natural: en los vertebrados, la mayor parte de los machos de la misma especie se agreden, hay agresión cuando un gato caza a un ratón… y cuando un ratón se defiende del ataque de un minino. Y no es muy difícil comprobar que la “aparición” de un nuevo miembro en una familia humana hace que “el príncipe destronado” manifieste una conducta agresiva con su hermano pequeño.
Por sorprendente que pudiera parecer, lo gatos criados en el laboratorio suelen tener un comportamiento bastante bueno con los ratones: no los atacan, “pasan de ellos”. Pero si a usted se le ocurre aplicar unos estímulos eléctricos en el hipotálamo de los mininos, se lanzarán, sin dudarlo, contra los roedores y… No obstante, cuando los gatos atacan a su presa lo hacen de una manera bastante tranquila, con un ataque frío y nada espectacular: se lanzan sobre la rata, la muerden y la matan, pero no gruñen, ni dan gritos desaforados.
En una experiencia realizada en la década de los sesenta, Ellison y Flynn “desconectaron” el hipotálamo de todas las estructuras cerebrales que lo rodean, y cuando estimularon eléctricamente diferentes regiones del cerebro, los animales seguían presentando su conducta agresiva característica. Esto, necesariamente, implicaba que la presencia y actividad del hipotálamo no era imprescindible para que se produjera la agresión.
Otros experimentos demostraron que hay partes cerebrales muy diversas que están involucradas en las conductas agresivas: el hipocampo, el tálamo, etc.

26 de octubre de 2008

Alteración emocional e hipocampo

En los animales con el hipocampo lesionado se observa una pérdida de la memoria espacial, lo que implica que esta estructura es responsable de que se creen nuevos recuerdos referidos a la localización espacial. No obstante, el hipocampo parece que también tiene relación con lo que Rudy y Sutherland, en 1992, denominaron asociación de configuraciones, es decir, con la participación en la memorización de la importancia que tienen dos estímulos que se presentan simultáneamente, no individualmente. De acuerdo con esta teoría, un contexto, un ambiente determinado permitirá recordar que un toque de corneta con unas notas características, en un recinto militar y con el uniforme adecuado, supone ponerse en formación para pasar revista; en otro contexto no se nos ocurre comportarnos de esa forma.
Hay una técnica muy utilizada en neurobiología que se denomina de imágenes por resonancia magnética (IRM), con la que se construyen unas imágenes tridimensionales del encéfalo en planos horizontales (paralelos a la parte superior de la cabeza), coronales o frontales (paralelos a la cara) y sagitales (paralelos a un lado del cerebro). Son imágenes de muy alta resolución (más claras que las que proporciona la tomografía computerizada) que son obtenidas con las medidas de la desigual distribución de los núcleos de hidrógeno que se encuentran en el agua y en la grasa cerebrales.
Con la técnica de IRM, en 1997, el profesor Douglas Bremmer y su equipo de colaboradores de la Universidad de Yale estudiaron casi una veintena de adultos que habían sufrido en su infancia malos tratos físicos, o sexuales —y que en la época de la investigación padecían de trastorno de estrés postraumático—, y los compararon con otros tantos individuos no maltratados de igual edad, raza, educación, nivel de alcoholismo, etc. Los que habían sufrido de malos tratos tenían un hipocampo izquierdo que era un 12% más pequeño que el de los individuos sanos y, sin embargo, en el hipocampo derecho no había diferencias significativas en los dos grupos estudiados. Por otra parte, las personas que habían sido violentadas en la niñez obtenían, en los test de memoria verbal, peores resultados que el otro grupo, algo bastante lógico en la medida que el hipocampo, como se ha dicho antes, tiene una importancia bastante grande en el funcionamiento de la memoria. En el mismo año, otros estudios mostraban unos resultados muy parecidos en el hipocampo de unas niñas que habían sido objeto de abusos sexuales.
Es probable que en este punto usted se pregunte de qué manera es alterado el desarrollo del hipocampo. Para responder a esta cuestión se hace necesario tener en cuenta que las neuronas de esta estructura son de las pocas células nerviosas del encéfalo que siguen formándose después del nacimiento y, por tanto, si este fenómeno se enlentece (como consecuencia del estrés generado por los malos tratos), se entiende claramente el menor tamaño del hipocampo.
Hay una hipótesis, perfectamente consecuente con los resultados científicos, con la que se explica la reducción en el tamaño del hipocampo. Dicha hipótesis guarda relación con el desequilibrio hormonal producido en una situación de estrés, que necesariamente se ha de generar en los casos de maltrato infantil. Con el estrés aumentan los niveles sanguíneos de cortisol, hormona que sería responsable de la reducción del tamaño del hipocampo y que es consecuente con el hecho de que las neuronas de esta región tienen una cantidad de receptores de la hormona mucho mayor que la que presenta el resto de las regiones cerebrales. En resumen, una importante alteración emocional, mantenida durante un cierto tiempo, generará un aumento del cortisol sanguíneo que, a su vez, provocará la muerte de algunas neuronas del hipocampo o la reducción de su velocidad de aparición.

21 de octubre de 2008

El hipocampo y la emoción

Además de la amígdala, otras estructuras nerviosas están implicadas en el aprendizaje emocional, y una de ellas es una corteza primitiva que conecta con otras regiones de la corteza cerebral y con otras partes del sistema límbico; se denomina hipocampo, término que viene del griego hippos (caballo) y kampe (encorvado). En los animales vertebrados menos evolucionados el hipocampo es una parte de la corteza olfativa, la que discrimina si el olor es el de un alimento venenoso, en mal estado o el de una hembra dispuesta a la cópula.
En algunas personas a las que se les ha extirpado parte del hipocampo, con el fin de tratar la epilepsia, por ejemplo, se ha observado que no son capaces de aprender nada que tenga que ver con el simbolismo verbal; así, no pueden memorizar nuevos nombres de personas. Sin embargo, parece que el hipocampo no interviene en los procesos que se requieren para el reconocimiento de objetos.
Hay una memoria que se denomina declarativa o explícita que se refiere a las experiencias disponibles para evocar (declarar) conscientemente unos estímulos, hechos o acontecimientos concretos; guarda relación con los sucesos sobre los que podemos hablar o pensar. Es una memoria que nos permite describir con palabras todos los componentes de una bicicleta haciendo un “recorrido mental” por ella. Pues bien, esta memoria se localiza en el hipocampo.
Esta memoria se contrapone a la no declarativa o implícita, que parece que actúa de forma automática y que no necesita que el sujeto intente memorizar. No supone hechos, sino conductas; es, por ejemplo, la que nos permite nadar con estilo braza.
Por otra parte, toda la información de las emociones se almacena como fenómeno declarativo lo que, obviamente, relaciona el hipocampo con la emoción. Nosotros no tenemos acceso consciente a la memoria emocional, pero sí a la conducta que expresamos en una emoción y a los “sentimientos” que tenemos en la misma. La emoción ejerce una influencia muy significativa en la memoria declarativa y así, sin el hipocampo o con el hipocampo inmaduro (en los primeros momentos de nuestra vida) es imposible recordar cualquier suceso desagradable.

11 de octubre de 2008

Hipotálamo y conducta emocional ( y II)

Al finalizar la década de los sesenta del siglo pasado Revés y Plumn dieron a conocer una historia muy ilustrativa de la importancia de la función hipotalámica y de lo trascendentales que suelen ser los estudios previos en animales (algo que muchos todavía no han comprendido bien) para hacernos una idea del funcionamiento de muchas estructuras cerebrales en individuos de nuestra especie. Esta es la historia.
Una joven comenzó a manifestar a los 19 años un cuadro de signos hasta entonces novedosos para ella: tenía frecuentes dolores de cabeza, le había desaparecido la menstruación, una sed permanente le hacía beber mucho y un hambre desaforada le hizo ganar peso a gran velocidad. Al año de tener estos síntomas fue tratada en un hospital y, el año siguiente, comenzó a expresar una nueva conducta: se volvió una persona agresiva, y muy especialmente si no se le daba de comer con frecuencia (llegó a ingerir hasta 10.000 kilocalorías por día, unas cuatro veces por encima de lo normal). De bibliotecaria amable pasó a ser una mujer poco colaboradora y atenta y, por último, su mente empezó a tener problemas: confusión, pérdida de algunas habilidades matemáticas, etc. Los análisis endocrinos mostraron que se había producido una disminución de los niveles sanguíneos de las hormonas generadas por la corteza suprarrenal, la glándula tiroides y los ovarios.
La razón de este cuadro clínico desolador se encontraba en un tumor ubicado en la base del cerebro y que, desgraciadamente, no podía ser extirpado. Estudios después del fallecimiento, acaecido a los tres años de haberse manifestado la enfermedad, indicaron que la tumoración había afectado a una zona muy importante del hipotálamo (el núcleo ventromedial), cuya destrucción provocaba en los animales de laboratorio alteraciones relacionadas con la ingesta, la conducta agresiva y el sexo, exactamente igual que lo que manifestó la desdichada joven.

4 de octubre de 2008

Hipotálamo y conducta emocional (I)

En la base del tálamo hay un conjunto de estructuras conectadas entre sí, en medio de las cuales se ubica una pieza, difícil de encontrar, que no supone más que el 1% de la masa encefálica, pero que es majestuosamente importante: el hipotálamo (hipo quiere decir debajo de). Todo el conjunto está rodeado por la corteza límbica.
El hipotálamo coordina gran parte de los sistemas que sirven para responder a las señales que proceden del medio interno o externo y esos sistemas son el endocrino, el sistema nervioso autónomo y el somático. Todas las alteraciones del medio interno y los comportamientos fundamentales para la supervivencia son resueltos merced al influjo hipotalámico. Buscar el alimento, la lucha entre machos de la misma especie, la huida ante la amenaza, etc. son conductas coordinadas por esta estructura tan pequeña. En la literatura inglesa se lee que esas conductas son las de las cuatro efes: fighting, (lucha), fleeing (huida), feeding (alimentación) y fucking (no lo voy a traducir porque el lector, que es muy listo, seguro que lo hará por mí con una expresión malsonante sinónima de relación sexual).
Se dice que una persona bien informada es una persona poderosa y que los medios de comunicación son “el cuarto poder” (hay muchos que creemos que ocupan un puesto más alto en el escalafón) y así, quizá, se podría hablar del “poder hipotalámico”, consecuencia de lo mucho que sabe. Y es que el hipotálamo recibe información de lo que está sucediendo en las vísceras, y está al tanto de lo que ocurre fuera (desde la retina le llegan señales visuales) y también recibe información de la corteza cerebral, y de la amígdala, y del hipocampo, y del sistema endocrino y …
Cuando ciertas regiones del hipotálamo son estimuladas, se pueden producir, según la zona de estimulación, fenómenos tan variados como una subida o una bajada de la presión arterial o un aumento o descenso de la frecuencia cardíaca. También, el hipotálamo controla la temperatura corporal y la cantidad de agua del organismo, ya que es responsable de la sensación de sed y es un regulador fundamental del volumen de agua eliminado por la orina. Pero si la estimulación de ciertas áreas hipotalámicas nos hace beber, la de otras nos produce hambre o saciedad. Finalmente, el hipotálamo controla la secreción de la hipófisis que, a su vez, produce unas hormonas indispensables para el correcto funcionamiento del organismo.
Parece claro, entonces, que algunas señales externas, ambientales, pueden llegar a la neocorteza y después a la corteza límbica (emocional) y más tarde al hipotálamo, que hará que el individuo responda con una conducta.

28 de septiembre de 2008

Emociones lateralizadas

Hay una alteración neuropsicológica que es una prueba, más que evidente, de que nuestro cerebro emocional está lateralizado. Hay personas que han tenido la desgracia de sufrir una lesión cerebral importante que ha afectado, en el hemisferio derecho, a las cortezas somatosensoriales (por las que percibimos las sensaciones corporales) y a los grupos de neuronas que conectan estas áreas con las motoras, con la corteza prefrontal, el tálamo y los ganglios basales. Evidentemente, una lesión que implica a las regiones que acabo de indicar supone una parálisis y una insensibilidad completas del lado izquierdo del cuerpo, lo que es, obviamente, muy grave. Sin embargo, el problema principal de estos pacientes no es su hemiplejía. Quizás pienses que se me ha ido la cabeza tras la pantalla del ordenador con el que estoy escribiendo estas líneas, pero no es así. Veamos.
El mayor problema que tienen estas personas es que no son conscientes de su enfermedad, son anosognóticos, porque tienen anosognosia. Esta palabra procede de los términos: a, carencia; nosos, enfermedad; y gnosis, conocimiento. Estos pacientes son extraordinariamente claros a la hora de afirmar que no tienen alteración alguna de la musculatura izquierda y siempre encuentran alguna excusa para explicar su enfermedad. A pesar de lo cual, se reconocen paralíticos cuando se les hace ver que no pueden mover el brazo izquierdo. La anosognosia puede cursar con una reducción de la capacidad de reconocimiento de las emociones faciales y presentar trastornos del estado de ánimo, que, igualmente, desconocen. No es infrecuente que estos enfermos se expresen como personas alegres que, incluso, hagan bromas de humor negro sobre su enfermedad o que estén permanentemente apenados. La anosognosia es una manifestación frecuente de la enfermedad de Alzheimer.
A primera vista pudiera parecer que esto es una consecuencia de su problema físico, dicho de otra forma, cabe pensar que la anosognosia no es más que una alteración que complementa su parálisis. De hecho, hay ocasiones perfectamente descritas en la literatura científica en las que este problema ha sido considerado como un síntoma delirante. No obstante, nada más lejos de la realidad.
En efecto, los pacientes con la misma lesión cerebral pero en el hemisferio izquierdo, que es más grave, si cabe, porque tienen alterada la producción del habla, estos pacientes, repito, no desconocen su enfermedad, son conscientes de ella.
Las personas con anosognosia son incapaces de tomar decisiones, de planificar actos, son emocionalmente indiferentes: las noticias sobre su situación no son recibidas con miedo, tristeza, pena, angustia..., a pesar de que estas hemiparálisis suelen conllevar unos problemas de salud importantes a corto y medio plazo. Esta enfermedad suele ser consecuencia de un ataque de apoplejía (un trastorno cerebro-vascular como la hemorragia cerebral o la reducción del aporte sanguíneo al cerebro) o de un tumor cerebral.
Y es que no darse cuenta de su enfermedad es la mejor manera de agravarla, en la medida de que estas personas no van a colaborar con el personal sanitario porque “no hay ninguna razón para ello”.

21 de septiembre de 2008

Emoción y decisión

¿Para qué sirven los lóbulos prefrontales? Aunque los conocimientos científicos actuales no nos permiten afirmar con claridad cuál es la función de este territorio cerebral, parece que está implicado en la elección de alguna de las conductas apropiadas a una determinada situación, en mantener las funciones mentales orientadas hacia la consecución de objetivos, en la elaboración del pensamiento y, finalmente, interviene en la emoción.
El perfil emocional de las personas con lesiones en el lóbulo frontal se expresa con alteraciones que los convierten en seres apáticos permanentemente, aunque eventualmente presentan unos episodios de euforia, de irracionalidad y de inmodestia; sus emociones son muy ligeras, las convenciones sociales de estos pacientes se transforman en actividades impulsivas, a veces poseen una exagerada actividad sexual, y, por último, presentan una despreocupación por lo futuro y lo pretérito.
Las personas con lesiones en los lóbulos frontales no son capaces de almacenar la información en la memoria de la misma manera que lo hacen las personas normales. Muchos psiquiatras hacen a la corteza prefrontal responsable de numerosas alteraciones neurológicas y conductuales, como la esquizofrenia. De hecho, los esquizofrénicos tienen, en esa parte del cerebro, un flujo sanguíneo inferior al normal.
La corteza prefrontal es un área cognitiva y emocional que interviene en la interpretación de las señales que proceden de los órganos de los sentidos y tiene una importancia fundamental a la hora de valorar los estímulos emocionales. Harry T. Chugani, científico de la Universidad de California, demostró, al iniciarse la década de los 90, que los bebés entre los 7 meses y el año de edad aumentan la actividad de la corteza prefrontal, algo muy interesante porque guarda una estrecha relación con la época en la que los niños comienzan a tener miedo ante los extraños y en la que regulan su nivel de miedo interpretando las expresiones faciales de los demás. ¿Nunca le ha hecho pucheritos a un niño de alrededor de un año, para ver cómo reaccionaba?

15 de septiembre de 2008

Lóbulos frontales y emoción

En 1935, Jacobsen, Wolf y Jackson, de la Universidad de Yale, publicaron un importantísimo artículo sobre unos experimentos realizados en chimpancés. En ellos demostraron que cuando dificultaban a los monos la realización de una determinada tarea (previamente aprendida), mostraban un comportamiento violento. Pero si se repetían los experimentos, después de que el chimpancé hubiera pasado por el quirófano para extirparle los lóbulos frontales, su forma de ser se transformaba tajantemente y se convertía en un tranquilo y paciente animal.
El año siguiente Brickner, un neurólogo de la Universidad de Columbia, informó de que a un paciente —a un solo paciente, repito—, con un tumor cerebral, se le habían extirpado buena parte de los dos lóbulos frontales y parecía que no presentaba ninguna alteración intelectual porque, entre otras cosas, jugaba bastante bien a las damas. Sin embargo, este enfermo, que había sido un excelente corredor de bolsa en Nueva York, se volvió desconsiderado, ofensivo y fanfarrón para con sus familiares y amigos y, además, nunca retornó al parqué neoyorquino porque siempre estuvo haciendo planes de cómo iba a ser su vuelta al trabajo… pero nunca los puso en práctica.
Con estos escasos datos científicos, (observados en un chimpancé y en un hombre), en 1936, el neuropsiquiatra portugués Egas Moniz convenció al neurocirujano Almeida Lima para que aplicara a varios enfermos psiquiátricos una técnica quirúrgica de su invención, la leucotomía prefrontal: cortaba las conexiones nerviosas entre los lóbulos prefrontales y el resto de la masa cerebral. El resultado de esta operación producía amplias secciones de los lóbulos prefrontales, pero los pacientes con alteraciones esquizofrénicas y obsesivo-compulsivas quedaban intactos en muchas de sus facultades intelectuales. No obstante, el carácter de estas personas se trastocó y se convirtieron en personas bastante tranquilas, menos creativas y poco emocionales.
El caso es que durante mucho tiempo se utilizó esta técnica y una variante suya conocida como lobotomía prefrontal (diseñada en Italia y difundida por Walter Freeman en Estados Unidos al finalizar la década de los cuarenta) fue muy popular para eliminar, o reducir, los síntomas de las emociones desagradables. Sin embargo, tuvieron que pasar muchos años para que la comunidad científica percibiera que las personas así tratadas — sólo en los Estados Unidos habían sido lobotomizadas más de 40.000 personas— mostraban un anómalo comportamiento porque ¡desaparecían todas las reacciones emocionales! (las patológicas y las normales). La mayoría de las miles de personas a las que se realizó este tratamiento quirúrgico manifestaba signos alejados de la normalidad: incontinencia urinaria, epilepsia, insensibilidad emocional, amoralidad…
Una técnica quirúrgica con tan poco fundamento científico tuvo un doble colofón: en 1949 Moniz recibió el premio Nobel de Fisiología y Medicina por haber diseñado este procedimiento y, más tarde, uno de sus enfermos le disparó y la bala le dejó paralítico de cintura para abajo.

8 de septiembre de 2008

El caso de Phineas Gage (y II)

Veinte años después del accidente de Phineas Gage, Harlow publicaba en la revista de la Sociedad Médica de Massachussets un artículo sobre la evolución de Gage: se había recuperado físicamente, andaba perfectamente, movía sus brazos con precisión, no presentaba alteraciones aparentes del lenguaje, ni del habla, veía perfectamente con su ojo derecho (el izquierdo lo destruyó el accidente) pero… se convirtió en un ser “irregular, irreverente, cayendo a veces en las mayores blasfemias, lo que anteriormente no era su costumbre, no manifestando la mayor deferencia para sus compañeros, impaciente por las restricciones o los consejos cuando entran en conflicto con sus deseos, a veces obstinado de manera pertinaz, pero caprichoso y vacilante, imaginando muchos planes de acción futura, que son abandonados antes de ser preparados”. Phineas tuvo, en efecto, un importante cambio en su forma de ser. Las últimas palabras del informe médico decían: “su mente cambió radicalmente hasta tal punto, que sus amigos y conocidos decían que ya no era Gage”.
Estas mutaciones de su conducta hicieron que sus ocupaciones fueran eventuales: estuvo en granjas equinas, fue la principal atracción del Museo Barnum, en Nueva York, donde enseñaba orgulloso las heridas que le produjo el accidente y, finalmente, en 1852 era el conductor de la diligencia que hacía el recorrido entre Valparaíso y Santiago de Chile. Volvió a su país y fijó la residencia en San Francisco, donde vivían su madre y hermana. En 1860 falleció víctima —según el científico actual Antonio Damasio— de status epiléptico, es decir, de un síndrome en el que se producen convulsiones de forma continua que acaban en la muerte.
Poco antes de finalizar el siglo, el cadáver de Gage fue exhumado y su cráneo, y la maldita barra de hierro, terminaron en el Museo Médico Warren de la Facultad de Medicina de Harvard, en Boston.
A finales del siglo XIX, el frenólogo (recuerde lo que hemos dicho de la frenología en el capítulo primero) Nelson Sizer se interesó por lo que le había sucedido a Gage y concluyó que la barra de hierro había "pasado cerca de la Benevolencia y la parte frontal de la Veneración”; y es que no podía ser de otra manera ya que “su órgano de la Veneración parecía haber sido lesionado, y la blasfemia era el resultado probable”.
Sin embargo, el tiempo no hizo olvidar a Phineas. Recientemente, en 1994, un grupo de investigadores encabezados por Hanna Damasio publicó en la revista Science, un artículo con un epígrafe realmente cinematográfico: “El retorno de Phineas Gage: el cráneo del famoso paciente proporciona pistas acerca del cerebro”. Con la calavera de Phineas realizaron una “reconstrucción” del cerebro y demostraron que la lesión no afectó a las áreas cerebrales motoras ni del lenguaje, y que interesó más al hemisferio cerebral izquierdo que al derecho. Además, expusieron que fue más afectada la zona frontal anterior que la posterior, ya que las cortezas prefontales ventrales fueron destruidas y, sin embargo, se mantuvieron intactas las cortezas prefrontales externas, esto es, las que hoy día sabemos que participan activamente, entre otras cosas, en la capacidad para realizar cálculos y en el mantenimiento de la atención. Por eso se podía afirmar que la lesión de la corteza prefrontal fue la que alteró sus facultades para tomar decisiones, planificar el futuro y someterse a las reglas de la sociedad de su tiempo.

1 de septiembre de 2008

El caso de Phineas Gage (I)

La neurobiología ha hecho famosas a personas que han tenido la desgracia de sufrir una lesión que, posteriormente, ha sido estudiada con gran meticulosidad por numerosos científicos de todas las épocas. Voy a dedicar unas líneas a Phineas Gage, que ha pasado a la historia por ser el primer caso, descrito científicamente, de una persona con alteraciones emocionales importantes como consecuencia de una lesión en la corteza orbitofrontal.
En 1848, Phineas Gage es un hombre de 25 años, eficiente y capaz, que trabaja como capataz de una cuadrilla empleada en la construcción del ferrocarril entre Rutland y Burlington en el estado de Vermont (Nueva Inglaterra). Es uno de los encargados de eliminar los obstáculos del terreno: perfora la roca, rellena de pólvora (hasta la mitad) el hueco, pone la mecha y cubre todo con arena. Después, todo se comprime con una baqueta, se enciende la mecha y la explosión destroza la roca. Pero el 11 de septiembre de 1848, Phineas se despista y antes de que uno de los hombres bajo su mando hubiera introducido la arena, baquetea con su barra de hierro y este descuido provoca una explosión que hace que la barra de 5,5 Kg, 135 cm de longitud, 2,5 cm de diámetro y un extremo puntiagudo…salga disparada hacia su cabeza: penetra por la mejilla izquierda y sale por el lado izquierdo de su frente produciendo una lesión extensa de la corteza prefrontal. La barra llega hasta unos 30 metros con la huella sanguinolenta del suceso. Según los trabajadores que lo acompañaban ese día, la barra vuela unos 20 metros y cae a tierra, cubierta de sangre y porciones de cerebro.
Los testigos del desgraciado accidente comprueban estupefactos que Phineas no ha muerto, ven como convulsionan sus brazos y sus piernas y que ¡a los pocos minutos! les balbucea algunas palabras. Sus compañeros lo llevan en una carreta de bueyes hasta un hotel que se localiza a unos mil metros del accidente y comprueban, con asombro, que Gage baja de la carreta por su propio pie. Allí es tratado por dos médicos: Harlow primero y Williams después, que describió la situación de la siguiente manera:
“Me di cuenta de la herida en la cabeza antes de descender de mi carruaje, al ser muy evidentes las pulsaciones del cerebro; también había un aspecto que, antes de examinar la cabeza, no podía explicar: la parte superior de la cabeza parecía algo así como un embudo invertido (…) El señor Gage, durante el tiempo en que estuve examinando esta herida, estuvo relatando a los espectadores la manera en que resultó herido; hablaba tan racionalmente y estaba tan dispuesto a responder a las preguntas, que le dirigí a él las preguntas de preferencia a los hombres que estaban con él en el momento del accidente, y que en aquel momento se encontraban alrededor. El señor Gage me relató entonces alguna de las circunstancias, como desde entonces ha hecho; y puedo afirmar cabalmente que ni en aquel momento ni en ninguna de las ocasiones subsiguientes, excepto una, lo consideré yo otra cosa que perfectamente normal”.

25 de agosto de 2008

Emociones que hacen enfermar

El estrés prolongado puede alterar el funcionamiento normal del nuestro sistema inmunológico, es decir, del sistema que hace que nuestro cuerpo sea capaz de defenderse del ataque de agentes extraños: virus, bacterias, protozoos, etc.
Los glóbulos blancos o leucocitos son las células sanguíneas que tienen una importancia fundamental en la defensa del organismo contra las infecciones. Entre los distintos tipos de leucocitos, nos vamos a fijar en dos de ellos, los linfocitos T y los linfocitos B. Los primeros son responsables de la inmunidad celular: reconocen como extraños los microorganismos que han penetrado en el cuerpo y los matan; por su parte, los linfocitos B están comprometidos con la producción de anticuerpos que anularán el efecto nocivo de los microorganismos invasores. Por último, hay que recordar que el sistema inmune está disperso por todo el organismo y está formado por los llamados órganos linfoides primarios (timo y médula ósea), lugares donde se forman todas las células inmunitarias; cuando éstas han completado su proceso de formación, se dirigen a la sangre y a los órganos linfoides secundarios (bazo, ganglios linfáticos y otros).
Desde hace mucho tiempo sabemos que hay una relación entre los sistema nervioso e inmune. Así, cuando se lesionan varias regiones del hipocampo, hipotálamo y amígdala se produce una significativa variación en algunas de las células del sistema inmune.
Hay numerosos estudios que han puesto de manifiesto que las personas sometidas a situaciones de estrés prolongado tienen un sistema inmunológico menos eficaz. Así, Kiecold-Glaser y otros (1995) publicaron un trabajo en el que exponían la relación entre el estrés y la inmunidad. Hicieron heridas en el antebrazo a dos grupos personas que tenían la misma edad y que solo se diferenciaban en que habían soportado diferente carga emocional. Un grupo se había ocupado, durante la etapa precedente al experimento, del cuidado de algún familiar enfermo de Alzheimer, actividad estresante donde las haya; el otro era de sujetos sin estrés (al menos aparente). Los resultados fueron espectaculares: mientras las heridas del grupo control tardaban curarse alrededor de 40 días, el grupo de personas estresadas tardó en curar un promedio de 10 días más.
Cabe preguntarse, ¿cómo sabe nuestro sistema inmunitario que estamos estresados? Hay un camino enrevesado en el que se puede ver la relación nerviosa e inmunitaria. En efecto. Sabemos que las situaciones emocionales pueden afectar al hipotálamo que liberará hormonas (los llamados factores u hormonas de liberación) y producir un aumento sanguíneo de otras producidas por la adenohipófisis como la ACTH, la de crecimiento, la prolactina, etc. Pues bien, muchas de las células del sistema inmune poseen moléculas receptoras de esas hormonas y el acoplamiento hormona-receptor pueden alterar, positiva o negativamente, el funcionamiento inmunitario de esa célula. Concretemos algo más.
No hay duda de que en una situación de estrés se produce una mayor actividad de las glándulas suprarrenales que tiene como consecuencia un aumento del cortisol, adrenalina, etc. y es muy probable que estas hormonas influyan negativamente en la actividad inmunitaria y en las células más importantes de esa actividad. Los linfocitos T y B tienen moléculas en su superficie, unos receptores, donde encajarían las hormonas antes dichas y, consecuentemente, alterarían su función.
La testosterona es una hormona que tiene un efecto negativo sobre el sistema inmunitario, lo que está en relación con el hecho de que en muchas especies de mamíferos los machos sufren más enfermedades infecciosas que las hembras. Lo cual quiere decir que la morfología espectacular que, debido a la testosterona, tiene los machos de muchas especies animales, se ve compensada, negativamente, con una mayor probabilidad de sufrir ciertas enfermedades.

13 de agosto de 2008

Úlcera, emociones y Helicobacter

Muchos de nosotros hemos relacionado las situaciones de “nervios” con las alteraciones estomacales e intestinales. A más de uno he oído decir, con una frase bastante expresiva, que “los nervios se le han agarrado al estómago”. Es difícil no aceptar que las situaciones de estrés prolongado pueden ser responsables de un cuadro de úlcera estomacal. Selye, en su libro sobre El estrés de la vida (1976), escribe unos párrafos muy sugerentes:
“Durante la segunda guerra mundial se produjeron verdaderas epidemias de ‘úlceras por ataque aéreo’ en la población de ciudades muy bombardeadas de la Gran Bretaña.
Inmediatamente después de un bombardeo intenso, se presentaba al hospital una cantidad inusitada de personas con úlceras duodenales o gástricas sangrantes que habían aparecido de un día para otro, por así decirlo. Muchas de las personas afectadas no habían sufrido lesiones físicas en el ataque aéreo pero, por supuesto, sufrían intenso estrés por extrema excitación emocional”.
Esta relación entre el estrés y la úlcera de estómago parecía científicamente demostrada, pero se empezó a poner en tela de juicio a raíz del descubrimiento de que esa lesión gástrica era producida por una bacteria que tenían en su estómago las tres cuartas partes de los ulcerosos: se llama Helicobacter pylori.
Había poco que discutir: ni nervios, ni nada, una simple bacteria que si se le ocurre vivir en la pared del estómago puede agujereárnosla. Sin embargo, cuando se realizó un estudio de personas sanas se descubrió que el mismo porcentaje ¡tenía de inquilina a la dichosa bacteria! Por tanto, ¿cabía atribuir a la bacteria la responsabilidad única de la úlcera gástrica?
Lo seguro es que las personas con úlcera estomacal mejoraron al ser tratadas con antibióticos que destruían la bacteria pero… también mejoraban los pacientes que fueron tratados con el fin de mejorar sus situaciones estresantes. Además, en 1992, Henke había publicado un trabajo en el que relacionaba la patología estomacal y algunas regiones cerebrales; así, cuando se estimulan eléctricamente algunas zonas de la amígdala (esa porción encefálica tan implicada en las emociones), se producen dos fenómenos fisiológicos fundamentales para el desarrollo de la úlcera de estómago: por un lado, aumenta la secreción de ácido clorhídrico por parte de las glándulas gástricas, por otro, disminuye el flujo sanguíneo a las paredes de esa víscera.
Por todo lo anterior creo que, sin descartar otras razones, los agentes estresantes juegan un papel fundamental en la etiología de la úlcera gástrica.

7 de agosto de 2008

Gregorio Marañón y las emociones

Hubo un científico español que fue un investigador pionero a la hora de relacionar las hormonas con las emociones: Gregorio Marañón y Posadillo (1887-1960). Es muy frecuente leer, en la literatura científica anglosajona, en la que se habla de las emociones y la adrenalina, el nombre de un español, sin ñ, el doctor Maranón.
En 1911, este médico e historiador madrileño defendió su tesis doctoral con un estudio sobre “La sangre en los estados tiroideos” y en 1919 publicó uno de sus libros más importantes, una de las obras fundamentales de la literatura médica española del siglo XX y uno de los textos más queridos por su autor: La edad crítica. Estudio biológico y clínico. En él estudia el climaterio desde aspectos muy variados y novedosos para la época: endocrinos, médicos, psicológicos, etc.
Sus estudios endocrinos los relaciona con los psicológicos y de esta fusión surge una gran cantidad de publicaciones en las que explica la relación entre adrenalina y emoción. Se trata de artículos en revistas internacionales y nacionales, ponencias en congresos fuera de nuestro país, conferencias en centros universitarios, etc. Estos trabajos de Marañón se incorporaron, en buena medida, a la teoría de Cannon sobre la emoción. Durante los años 20, este importante fisiólogo de la Universidad de Harvard y el médico español mantuvieron correspondencia científica.
En su discurso de recepción, de 1922, en la Academia de Medicina, Gregorio Marañón habló de los Problemas actuales de la doctrina de las secreciones internas. De él entresaco las siguientes palabras en las que la prosa fluida del madrileño explica claramente los resultados fisiológicos desencadenados por la inyección de adrenalina, y la perfecta separación entre la percepción de la emoción y los cambios corporales después de la inyección de la hormona:
“Cuando inyectamos a un sujeto cualquiera una dosis suficiente de adrenalina —una dosis siempre pequeña, inferior, generalmente, a un miligramo—. se producen en su organismo modificaciones de la esfera vegetativa que exactamente reproducen la casi totalidad del síndrome emocional; apenas absorbida la droga, el corazón empieza a latir con violencia, el pulso se acelera, se produce en torno al punto inyectado una mancha, a veces muy extensa, de carne de gallina; la cara palidece, sobreviene una sensación de angustia torácica, a veces las lágrimas escapan involuntariamente de los párpados, y, aparte de todos estos datos, se puede registrar un aumento de la tensión arterial y una movilización de los hidratos de carbono idénticos a los que se producen durante la emoción espontánea. Es muy frecuente que el sujeto inyectado compare, por cuenta propia, esta fenomenología con la de una emoción violenta, como el terror, pero dándose a la vez perfecta cuenta de que la emoción no existe; y así aparecen perfectamente disociados el elemento psíquico y el elemento vegetativo del proceso emocional”.

1 de agosto de 2008

Las secuelas de las emociones infantiles

Desde el punto de vista científico no hay duda de que los malos tratos sufridos en la infancia dejan unas secuelas que, en gran medida, son irreparables. Hay que tener en cuenta que los primeros años de la vida de una persona son fundamentales en su desarrollo cerebral, es una época decisiva a la hora de moldear el cerebro y por esto, contrariamente a lo que se venía diciendo hasta la década de los noventa del siglo XX, el maltrato en los primeros años de la vida deja unas alteraciones bioquímicas y neurobiológicas que afectan de forma negativa su funcionamiento. Antes se pensaba que las dificultades en los ámbitos emocionales y sociales de los niños maltratados eran de raíz psicológica: los problemas emocionales sufridos por los niños y adolescentes generaban mecanismos psicológicos internos que, en la edad adulta se manifestaban de manera autodestructiva; también se consideraba la hipótesis de que un niño maltratado era una persona con un desarrollo psicosocial alterado. En cualquiera de los casos, según las sospechas de esa década, estos problemas podían ser arreglados mediante una terapia de superación.
Hoy sabemos que el maltrato infantil afecta al sistema límbico y, muy especialmente, a dos regiones fundamentales: la amígdala y el hipocampo.
Una autoridad como Martín H. Teicher, profesor de Psiquiatría en Harvard escribe: “Las secuelas del abuso sufrido en la infancia pueden manifestarse a cualquier edad y de modos diversos. Interiormente aparecen en forma de depresión, ansiedad, pensamientos suicidas o estrés postraumático; también se exteriorizan a través de la agresividad, impulsividad, delincuencia, hiperactividad o abuso de drogas. Una de las perturbaciones psiquiátricas más desconcertantes, muy asociada al maltrato en la edad infantil, es el trastorno de la personalidad esquizoide”.

25 de julio de 2008

La emoción de Genie

En 1958, en Los Ángeles (California) nació Genie. Poco antes de cumplir los dos años y hasta casi los catorce estuvo, ininterrumpidamente, encerrada en una habitación y lo que es peor, sus degenerados padres la mantuvieron atada a una silla la mayor parte de esos doce años. Cuando hacía algo que le molestaba, su padre le pegaba. Nunca habló con ella.
Ningún vecino se dio cuenta de su existencia. En 1970 la madre decidió escapar con la niña que casi no podía mantenerse en pie. El padre fue condenado a prisión (y se suicidó), la madre desapareció y Genie fue internada en un hospital infantil.
En 1977, Curtis contó al mundo científico la historia de Genie. El día de su liberación tenía el aspecto de una niña de siete años y sus niveles hormonales estaban considerablemente alterados; llamaban la atención las cantidades anormalmente bajas de la hormona de crecimiento (GH), que se recuperaron rápidamente en cuanto que Genie fue liberada de su estresante situación. Además, nunca habló más que unas pocas palabras, ni aprendió a hacerlo.
El crecimiento escaso de la niña era, obviamente, el resultado del déficit de la hormona que estimula el alargamiento de los huesos, producido, evidentemente, por una situación muy estresante: probablemente los estímulos de estrés afectaron al hipotálamo que dejó de producir la hormona liberadora de la hormona de crecimiento, que estimula a la hipófisis y, consiguientemente, hubo una escasa producción de GH.
Por ello, la alteración del crecimiento debida a factores sociales y psicológicos que afectan a las funciones hormonales que intervienen en aquél se ha denominado desde entonces enanismo psicosocial.
El escritor Russ Rymer escribió sobre el caso, tres libros: Genie: A Scientific Tragedy, Genie: An Abused Child’s Flight from Silence y Genie: Escape from a Silent Chilhood. También se hizo una película en 2001 llamada Mockingbird Don't Sing dirigida por Harry Bromley Davenport.

21 de julio de 2008

El estrés y la masculinidad

Los estudios realizados con papiones, en la década de los noventa del siglo XX, pusieron en evidencia unos interesantes mecanismos hormonales vinculados al estrés. Cuando estos monos están en reposo, el hipotálamo segrega una hormona (hormona liberadora de la hormona luteínica) que hace que la hipófisis segregue la hormona luteínica (LH), que provoca la liberación de testosterona de los testículos. De manera similar, el hipotálamo segrega el factor liberador de corticotropina, que hace que la hipófisis libere corticotropina, que provoca que la corteza suprarrenal libere cortisol.
Sin embargo, los individuos que ocupan un lugar inferior en la estructura jerárquica de estos monos, cuando están sometidos a estrés, liberan una sustancia de estructura química parecida a la morfina, y que por ello se denomina beta-endorfina. Esta “droga natural” bloquea la liberación de la hormona liberadora de la hormona luteínica y, consecuentemente, la secreción de la hormona luteínica y de la testosterona. De manera similar, liberan una gran cantidad de cortisol como consecuencia de las reacciones en cascada citadas antes. Además, la subida de cortisol debido al estrés afecta negativamente a la producción de la testosterona testicular. Parece claro que la fisiología del organismo se dirige, en este caso, en el sentido de una menor producción de hormona masculina y, por tanto, se orienta hacia una menor agresividad y una mayor sumisión.
Por otra parte, en los machos dominantes la producción de cortisol es menor y, aunque también se produce beta-endorfina, con las mismas consecuencias que antes, se ha encontrado que, paradójicamente, en los testículos la secreción de testosterona aumenta porque estas gónadas se vuelven “menos sensibles” al cortisol y porque aumenta el flujo sanguíneo a los testículos; de esta manera se compensa, en parte, la menor cantidad de hormona luteínica. Es decir, en los jefes de la manada el funcionamiento general del organismo mantiene, por procesos bastante diferentes, la concentración sanguínea de testosterona, responsable fundamental de la agresividad.
En resumen, en estos animales, el estrés reduce la producción de testosterona en los machos dominados y casi no la modifica en los dominantes. ¿Tiene esto algún significado biológico? Es probable que proporcione a los dominantes una cierta ventaja en relación con la supervivencia, en la medida que esta hormona hace que la glucosa llegue más fácilmente a los músculos.

15 de julio de 2008

La emoción de los paracaidistas

En condiciones naturales, la situación estresante más generalmente utilizada es la del entrenamiento militar de los paracaidistas. Una de las primeras aportaciones en este sentido fue un trabajo de psicobiología del estrés de Ursin, Baade y Levine y que data de 1978. Estos científicos estudiaron los cambios psicológicos y fisiológicos que se producían durante el entrenamiento en paracaidismo de unos reclutas del ejército noruego. Tomaron muestras de sangre y orina de los soldados antes del entrenamiento y conforme éste avanzaba.
El entrenamiento simulaba la caída libre del paracaidista: se debían mover a lo largo de un cable inclinado, con el que estaban unidos mediante un gancho, desde una altura de 12 metros. Hay que hacer notar que aunque es una situación eminentemente emocional, los soldados saben perfectamente que su vida no corre ningún peligro. Los científicos encontraron cambios significativos que eran una consecuencia de la activación del sistema neural y endocrino. Así, se vio que tanto la hormona cortisol de la corteza suprarrenal, la adrenalina y noradrenalina de la médula suprarrenal, y la hormona del crecimiento segregada por la adenohipófisis se comportaban de manera similar: el primer día de entrenamiento había una espectacular subida de los niveles de estas hormonas si se comparaban con las cantidades existentes antes del primer lanzamiento; progresivamente, con las sucesivas pruebas, iba bajando el nivel de cada una de estas sustancias hasta hacerse prácticamente igual al detectado en el día anterior al primer salto. Bien es cierto que la recuperación de los niveles normales variaba con cada una de ellas.
Hay una hormona, la testosterona producida por los testículos, que tenía un comportamiento diferente: sólo el primer día su concentración en sangre descendía considerablemente, lo que estaba de acuerdo con los resultados obtenidos en animales sometidos a una situación de miedo.

11 de julio de 2008

Emociones de laboratorio

En condiciones de laboratorio podemos someter a los animales a situaciones enormemente estresantes empleando técnicas bastante sencillas: hacer que soporten descargas eléctricas cada poco tiempo, separar a los recién nacidos de sus madres, colocarlos en jaulas tan pequeñas que casi no puedan realizar movimiento alguno, situarlos sobre un pequeño trozo de madera de donde no pueden bajarse porque caerían al agua y se ahogarían, hacer que soporten un ruido continuo, poner en una jaula más animales de los que caben, evitar que duerman, etc. Sin embargo, da la impresión de que en los seres humanos esto no sería posible por falta de voluntarios, aunque si usted vive en una casa sometida a la influencia acústica de fines de semana de “botellón” se podría presentar como adalid de la ciencia para realizar alguna experiencia sobre el estrés.
En cualquier caso, es posible encontrar personas que se dejan someter a situaciones de estrés que, aunque son mucho menos significativas que las que se dan en condiciones naturales, generan alteraciones en el organismo. Uno de estos estímulos consiste en introducir la mano en un recipiente con agua muy fría y pedirle al sufrido voluntario que la sumerja todo el tiempo que sea capaz. Esta situación es muy estresante y fácil de repetir.
Hay situaciones bastante naturales que han sido utilizadas por los investigadores para medir los cambios hormonales durante el estrés. Así, varios estudios indican que viajar habitualmente en tren aumenta la liberación de la adrenalina segregada por la médula suprarrenal y que los niveles sanguíneos de esta hormona guardan relación con la duración del viaje y con el número pasajeros (cuanto más largo o con más viajeros, más adrenalina y más estrés). Asimismo, se ha demostrado que la concentración de esta hormona en un alumno que iba a defender su tesis doctoral aumentaba en sangre unos diez días antes del examen, alcanzaba un máximo el día en el que defendía la tesis y descendía, hasta valores prácticamente normales, dos o tres días después. Por lo que le podríamos dar al nuevo doctor la enhorabuena por su nuevo título y por ¡haber recuperado los niveles normales de adrenalina!

7 de julio de 2008

Olor emocional

Parece que las personas podemos reconocer más de 10.000 olores diferentes y aunque en nuestra especie el sentido del olfato no es vital, en muchos animales la percepción de los olores tiene un enorme interés biológico. La mayor parte de los mamíferos depende del olfato a la hora de detectar la cercanía de un alimento, de un animal que acecha o de una hembra con la que aparearse. Por ello, es muy posible que a los animales a los que les es fundamental percibir olores, puedan reconocer muchas más sustancias químicas volátiles que los humanos.
Las señales olfativas son detectadas por unos receptores que envían la señal hasta la corteza olfativa (donde se produce la percepción del olor) y la amígdala. Esta última —ya lo habrá reconocido el lector—, es la que nos interesa, pues es la responsable de la respuesta emocional a los olores.
La mayor parte de los mamíferos (los cetáceos no) tiene, además, un órgano “especial” que es estimulado por unas señales olfativas “especiales”; es el órgano vomeronasal, estructura que parece que sólo es capaz de detectar las señales de sustancias no volátiles que se encuentran disueltas en la orina y en otros líquidos corporales. Este órgano conecta con la amígdala. Contrariamente a lo que se ha dicho hasta hace poco, los humanos también tenemos un órgano de este tipo.
El órgano vomeronasal es estimulado por unas moléculas químicas que fueron definidas por Karlson y Luscher, en 1959, como feromonas, término que procede del griego pherein (transportar) y hormon (excitar). Son sustancias que al ser liberadas por un animal producen cambios fisiológicos o en la conducta de otro ejemplar de la misma especie. Así, de esta forma, parece que el órgano vomeronasal, con ayuda de la amígdala, es fundamental, en algunos animales, a la hora de la conducta reproductora, pero no existe prueba alguna de que las feromonas tengan que ver con la conducta sexual humana. No obstante, en la literatura científica hay aportaciones muy sugerentes que indican que estas sustancias pueden tener alguna función en nuestra especie. Por ejemplo, se ha señalado que la mayoría de la mujeres tiene un sentido del olfato más preciso cuando ovulan, que dos mujeres que viven juntas tienden a sincronizar su ciclo menstrual, que las mujeres (los hombres también, pero menos) son capaces de adivinar el sexo de una persona por el olor de las axilas, etc.
En el hámster parece que no hay dudas de que las feromonas intervienen en la conducta sexual y en la agresividad. En una colonia de estos roedores, la presencia de un macho ajeno a la misma desencadena una conducta agresiva, por parte de los otros machos, que los hace pelear hasta la muerte. Sin embargo, los animales a los que se lesionó el sistema olfativo no fueron capaces de responder agresivamente ante los intrusos y, si eran frotados con las secreciones vaginales de hembras, sufrían una especie de “transexualismo olfativo” que los convertía en “oscuro objeto de deseo”.
Ya se ha dicho antes que en la especie humana no hay pruebas evidentes de que las feromonas sean fundamentales, pero no es menos cierto que el olfato debe tener cierta importancia en la atracción sexual, a juzgar por el gran número de marcas de agua de colonia que, para uno y otro sexo, se muestran en las campañas publicitarias como un reclamo para dejar estupefacto al otro miembro de la pareja. Sabemos que algunas colonias y perfumes contienen sustancias que proceden de glándulas secretoras del buey almizclero y la civeta africana, secreción que en estos animales depende de la cantidad de testosterona (hormona sexual masculina) circulante.
De la civeta africana se extrae, desde tiempos muy antiguos —se comerciaba con ella en tiempo del rey Salomón—, la algalia. Esta sustancia viscosa, de tonalidad amarilla y de olor muy intenso, se obtiene de una bolsa excretora situada cerca de los órganos sexuales de la civeta, aunque en la actualidad se utiliza la algalia sintética. El almizcle es una sustancia segregada por una glándula cercana al prepucio del buey almizclero.
Así que ya sabe, si se rocía con alguna colonia, a lo peor es sujeto de la atracción de una civeta africana o un buey almizclero. ¡Qué horror!

27 de junio de 2008

El contexto emocional

Desde hace más de 40 años hay pruebas científicas bastante concluyentes de que las emociones dependen, en gran medida, de los cambios que se producen en el funcionamiento del organismo, y del contexto, del ambiente, de la situación en la que se generan esos cambios. Esto supone que las circunstancias en las que nos encontremos, facilitarán o reprimirán nuestra conducta o nuestros sentimientos emocionales.
En efecto, en 1962, Schatcher y Singer realizaron una experiencia bastante espectacular. Deseaban producir alteraciones en la fisiología de distintas personas utilizando la adrenalina —hormona segregada por la médula suprarrenal—, que produce, entre otros efectos, un aumento del ritmo cardíaco y de la presión sanguínea.
Los investigadores informaron a las personas con las que iban a realizar los experimentos, que recibirían una inyección de adrenalina (la hormona segregada por la médula suprarrenal) para investigar los efectos que esa sustancia tenía en la visión. Formaron cuatro grupos de personas: al primero de ellos se le avisó, con veracidad científica exquisita, de los efectos que iba a producir la inyección de la hormona: temblores en las manos, palpitaciones cardíacas, rubor facial, etc.; a un segundo grupo se le notificó un conjunto de consecuencias de la adrenalina bastante extravagantes: les iba a producir, entre otras cosas, dolor de cabeza y picores; al tercer grupo se le informó de que la sustancia que le iban a inyectar no producía resultados de ninguna clase; finalmente, había un cuarto grupo de personas a las que se les inyectó una solución salina diciéndoles que era adrenalina y que no produciría efecto alguno. Había, pues, unas personas perfectamente informadas de la acción de la hormona, otras muy mal informadas —unas porque esperaban unas señales que no se iban a producir y otras porque manifestaban unas sensaciones que no aguardaban— y el grupo de sujetos a los que se les inyectó la solución salina.
Como se “estaban investigando los efectos de la adrenalina sobre la visión”, se informó a los miembros de los distintos grupos que debían estar un tiempo en una habitación para que, de esta manera, la hormona produjera sus efectos. Así las cosas, a los científicos se les ocurrió que, durante la espera, las diferentes personas se iban a enfrentar a dos situaciones emocionales bien distintas: una de euforia y otra de ira.
En la de euforia, una persona compinchada manifestaba su alegría a base de carcajadas y haciendo aviones de papel que lanzaba con profusión en la sala de espera; además, pedía a los “cobayas del experimento” que hicieran lo mismo que él. La situación de irascibilidad era bastante “cruel”: se les pidió que rellenaran un cuestionario donde, entre otras barbaridades, se les preguntaba “con cuantos hombres, además de su padre, habían tenido relaciones extramatrimoniales; a) cuatro y menos, b) de 5 a 9 y c)10 o más”. En esa habitación, otro implicado en la investigación realizaba el cuestionario mostrando señales visibles de enfado: se levantaba, rompía la hoja de preguntas y, finalmente, se marchaba colérico.
Los resultados del experimento eran bastante claros: la menor conducta emocional, fuera de ira o de euforia, la expresaban los individuos que había recibido una buena información de lo que iba a suceder cuando les inyectaron la adrenalina porque, probablemente, ya tenían una correcta explicación de los efectos fisiológicos. Las personas desconocedoras o mal informadas de los efectos de la adrenalina manifestaban una mayor euforia, o ira, porque, posiblemente, se daban perfecta cuenta de lo que ocurría y lo relacionaban con la situación. Todo esto sugiere que el contexto en el que se producen los cambios fisiológicos “ayuda” o “colabora” a interpretar las emociones.

16 de junio de 2008

Emoción literaria estética y emoción literaria científica

No es difícil encontrar en la literatura de expresiones fuertemente emocionales. He escogido tres ejemplos que muestran una clara y magnífica emoción literaria, tres clásicos.
Lope de Vega, que tuvo una vida repleta de emociones, expresa maravillosamente, con un soneto, Varios efectos del amor, efectos que son, sin duda, emocionantes:
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso,
no hallar, fuera del bien, centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso.
Huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor. Quien lo probó lo sabe.
Fray Luis de León, más tranquilo, quiere vivir, en su Vida retirada, libre de emociones:
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza, de recelo.
Finalmente, un espíritu atormentado como Espronceda nos dice, en La desesperación, que no teme a los estímulos emocionales desagradables, al contrario, le encantan:
Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas
la tierra iluminar.
Pero la poética emocional puede hacerse aún más científica. En un reciente libro de Hans Magnus Enzensberger titulado Los elixires de la ciencia, el autor glosa nada menos que al sistema límbico, una estructura anatómica que es una de las piezas más significativas de nuestro cerebro emocional. Este autor, empeñado en buscarle una relación a la ciencia y a la poesía, se atreve a versificar algo tan poco conocido por el gran público como esta estructura del sistema nervioso central. Enzensberger escribe sobre él lo siguiente:
Es viejo, es blando,
no se comprende,
no sabe lo que significa limbus,
lo que es un sistema.
Entre las cavidades y el cuerpo calloso
un limbo, diminuto.
Hipocampo, cíngulo, amigdaloide:
una memoria oscura,
que no puede acordarse
de sí misma.
Incontrolable
controla
el miedo, el placer, el crimen y el vicio.
Sus lazos y fibras,
un árbol de cables
en lo hondo del cerebro
intra y extramural.
Corrientes ocultas, incendios sin llamas,
cortocircuitos.
Pequeños defectos
que escalan rápidos.
Un impulso en el mando
y es la venganza.
Una descarga eléctrica
y Amok se desata.
Unos billones de células
en la oscuridad. El género humano
un ovillo diminuto
entre origen y olvido.

1 de junio de 2008

Subjetividad emocional

La biología de las emociones (y muy especialmente de las humanas) tiene muchos matices. Hay científicos que piensan que la emoción es un “estado consciente”, es decir, cuando se percibe una determinada situación, la que sea, se produce necesariamente una toma de conciencia que crea, obligatoriamente, una emoción. Esto supone que los procesos conscientes son necesarios y suficientes para tener una emoción. Sin embargo, hay numerosas formas de comportamiento emocional que no pueden ser explicadas, que son “inconscientes”. ¿No ha tenido algún comportamiento huraño con algún amigo y, no obstante, no estaba enfadado?
Ya sabemos que se puede entender la emoción como una conducta: nos irritamos y nos enfadamos. No obstante, es posible abstenerse de ella y estar sometido a una intensa emoción. Este comportamiento es muy interesante porque nos permite… ganar en una partida de mus, o de póker.
Cuando cogemos un alfiler y pinchamos a alguien estamos seguros que le produciremos algo de dolor, es decir, un estímulo doloroso generará siempre dolor. De manera similar, en un día soleado todos vemos el cielo azul. Sin embargo, los estímulos que provocan emociones están sometidos a otras leyes. Es evidente que las situaciones que nos pueden crear una emoción son, en numerosas ocasiones, enormemente subjetivas: la alegría que expresa un hincha ante el gol de su equipo favorito resulta ser indiferencia en alguien que detesta el fútbol. Además, el grado de individualidad de la emoción es tal que si decimos a dos seguidores del mismo equipo que nos expliquen la emoción que han sentido al contemplar el bello gol que ha metido el delantero centro, es posible que nos lo cuenten de manera muy distinta.
Además, nosotros, con mayor o menor fortuna, tenemos la capacidad de manifestar emociones que no se corresponden con un estado afectivo real, y algunos lo hacen o lo han hecho tan bien que han pasado a la historia y son conocidos por cualquier persona medianamente instruida; sus nombres: María Guerrero, Margarita Xirgu, Isidoro Máiquez, etc. Este hecho ha permitido que otras personas —Shakespeare, Calderón…—, escribieran textos donde se manifestaban emociones que después serían representadas ante un público que también iba a emocionarse.

25 de mayo de 2008

La “emoción sexual”

Los testículos producen unas hormonas que se denominan andrógenos, de los que la testosterona es la hormona más importante. El hipotálamo libera una hormona que se denomina factor liberador de LH (LHRF) que hace que la hipófisis anterior segregue LH, que al llegar a los testículos provocará que una células llamadas de Leydig suelten a la sangre testosterona. Ciertos estímulos que actúan sobre el hipotálamo podrían hacer subir los niveles de testosterona sanguínea (si aumentara la secreción de LHRF) o disminuirla (en el caso contrario).
La testosterona tiene que ver con la función reproductora de los machos de las distintas especies animales, incluidos los varones de nuestra especie: con niveles normales de esta hormona, los hombres mantienen la potencia sexual. Sin embargo, algunos científicos también han puesto de manifiesto lo que me atrevo a llamar “el poder emocional de la actividad sexual”, pues ciertos varones que han sido castrados por razones médicas, paradójicamente, seguían mostrando interés sexual por el otro sexo.
La literatura científica ha informado de unos grupos de varones que, por razones de investigación, habían permanecido, durante varias semanas, aislados en bases militares del Ártico, y poco después de recibir la noticia de que iban a ver volver a la civilización, la barba les había crecido más rápidamente. Dado que el aumento del vello facial está íntimamente relacionado con la concentración de testosterona sanguínea, cabía deducir que la anticipación de la (probable) relación sexual había incrementado los niveles de la hormona. En otros trabajos se ha puesto de manifiesto que el hecho de ver una película erótica hace subir los niveles de testosterona.
La testosterona también guarda alguna relación con otras funciones no estrictamente sexuales. Por ejemplo, los niveles sanguíneos de testosterona son menores en algunos animales estresados, lo que implica que el estrés puede afectar negativamente a la conducta reproductora.

17 de mayo de 2008

Los primeros estudios sobre la expresión de las emociones

El primer científico que estudió la expresión de las emociones fue Charles Bell, (1774-1842) cirujano y fisiólogo británico considerado el padre de la anatomía del sistema nervioso. Bell publicó un libro sobre Anatomía y fisiología de la expresión en el que se estudiaban las relaciones existentes entre los músculos de la cara y expresiones emocionales como la risa y la tristeza.
Aunque se pueden dar expresiones faciales diferentes en individuos de ambientes culturales muy distintos, se puede afirmar como regla casi general que todos los seres humanos en situaciones parecidas expresamos las emociones de manera similar. Esto ya fue puesto de manifiesto por Charles Darwin en su libro sobre la Expresión de las emociones en los animales y en el hombre (1872); es la primera obra en la que se habla con detalle de la evolución de la conducta y en la que se puede leer que “la expresión es el lenguaje de las emociones”.
Darwin describió que algunos comportamientos en relación con el cortejo y apareamiento, lucha, etc. eran característicos de cada especie, lo que en la etología moderna se llaman pautas de acción fijas. Explicaba cómo las emociones opuestas producen manifestaciones opuestas; por ejemplo, la sumisión de un perro hace que doble hacia abajo las orejas y el rabo, su agresividad genera un estiramiento de las orejas y del rabo. Darwin escribió a numerosos exploradores, científicos y misioneros con la idea de que le explicaran si las diferentes culturas humanas manifestaban las emociones de manera similar o distinta. Descubrió que “un mismo estado mental se expresa con notable uniformidad en todo el mundo”.
La expresión de las emociones mediante los músculos de la cara tiene una interesante historia evolutiva. Los ofidios y las aves tienen unidos a sus escamas y plumas, respectivamente, unos músculos que permiten el movimiento de esas piezas con el fin de favorecer el desplazamiento del animal, en el primer caso, o de modificar la orientación de las plumas, en el segundo. Por su parte, los mamíferos tienen unos músculos que se insertan sobre la casi totalidad de la piel. De éstos, los que están en la cabeza permiten conductas como el movimiento de los bigotes de un gato o el estiramiento de las orejas de un perro. En algunos animales, y muy especialmente en los primates y en el hombre, los músculos de la cara se han adaptado a la expresión de las emociones.

11 de mayo de 2008

Nuestro emocional hemisferio derecho

En determinadas intervenciones quirúrgicas los médicos utilizan una prueba que se conoce como test de Wada, una técnica que fue expuesta a la comunidad científica en 1960 por Wada y Rasmussen.
Consiste en introducir en una de las arterias carótidas amital sódico, un anestésico de corta acción. Si se inyecta en la carótida izquierda, queda anestesiado durante unos pocos minutos el hemisferio cerebral izquierdo y viceversa. Esta prueba, que demuestra fehacientemente que el hemisferio cerebral dominante en el habla es, generalmente, es el izquierdo, resulta interesante para ver la importancia del hemisferio cerebral derecho en las emociones pero, lamentablemente no nos dice nada de lo que sucede en relación con el izquierdo. Y es que si inyectamos el anestésico en la carótida izquierda y queda anestesiado el hemisferio del mismo lado… el paciente no nos podrá contar sus emociones puesto que el habla y su comprensión dependen, generalmente, del hemisferio izquierdo.
En 1994, Ross, Homan y Buck pidieron a unos enfermos que iban a ser intervenidos quirúrgicamente, por presentar unos trastornos convulsivos, que contaran cómo se había desarrollado alguna de sus experiencias emocionales. Cuando a estos pacientes se les hizo el test de Wada, y les quedaba anestesiado el hemisferio derecho, se les pidió otra vez que narraran las mismas emociones y, en la mayoría de los casos, las describieron con menos intensidad. Carlson (1999) nos cuenta que un paciente inicialmente comentó su accidente automovilístico de la siguiente manera: “Estaba muy asustado, totalmente aterrorizado. Podía haberme salido de la carretera y haberme matado a mí o a otra persona (…) Estaba realmente aterrorizado”. Mientras estaba anestesiado el hemisferio derecho, el mismo hombre contó que se sentía “tonto (…) bien tonto”. Otro enfermo habló de la rabia que había sentido cuando se enteró de que su mujer lo engañaba con otro hombre y que había tirado el teléfono al suelo; al hacerle la prueba de Wada dijo que “se había enfadado un poco” y que “había dado un golpe al teléfono”.

6 de mayo de 2008

Expresar las emociones con el lenguaje

Todos hemos oído discursos, conferencias y clases que, impartidas con el mismo tono, “sin emoción”, han resultado insoportables, a pesar de que, en algunos casos, tenían un contenido sobresaliente. Científicamente decimos que al discurso le ha faltado la prosodia.
En el reconocimiento de las palabras que oímos interviene, al menos en gran medida, una zona cerebral situada en el lóbulo temporal izquierdo, el área de Wernicke, llamada así en honor del famoso neurólogo y psiquiatra alemán Karl Wernicke (1848-1905).
Sin entrar en muchos detalles, bastará decir que las personas que han tenido un accidente cerebral que afecta a esta zona tienen una escasa comprensión del habla y, además, hablan sin sentido; sin embargo, suelen modular la voz, suelen tener una prosodia normal, esto es, hablan con un ritmo y énfasis normales o, dicho de otra manera, no presentan alterado el tono emocional de la voz. Esto es una prueba más de la importancia del hemisferio derecho en la expresión hablada de las emociones, porque la prosodia está controlada por ese hemisferio.

2 de mayo de 2008

Emociones, mentiras y su medida

Recientemente se ha propuesto la utilización del electroencefalograma (EEG) para encontrar mentirosos. Lawrence Farwell lo ha usado para medir unas ondas especiales que se llaman P300, unas desviaciones del EEG que se manifiestan 300 milisegundos más tarde de una percepción. Según este científico del Laboratorio de Investigación del Cerebro de Fairfied (Iowa), sólo se producen estos potenciales cuando una persona escucha o ve señales con un importante contenido emocional. Aquí no se registran alteraciones del funcionamiento general del cuerpo, como en el polígrafo, sino si la persona investigada tiene información, acústica o visual, del asunto investigado.
Por otra parte, un psiquiatra de la Universidad de Pensilvania, Daniel Langleben, ha utilizado aparatos de tomografía de espín nuclear para detectar mentiras. Con estas máquinas se generan unas ondas electromagnéticas muy fuertes cuya energía es absorbida por las diferentes células. Según este investigador, decir una mentira supone una activación de una estructura cerebral del sistema límbico, el giro cingulado (una estructura emocional).
Finalmente, James Levine, psiquiatra de la Clínica Mayo, en Rochester, ha realizado películas con una cámara de infrarrojos a diversas personas. De esta manera ha sido capaz de medir diferencias de veinticinco milésimas de grado en la delgada piel de la zona ocular. Levine basa su propuesta científica en el hecho, que todos hemos comprobado alguna vez, de la ruborización (con la consiguiente subida de la temperatura) que se produce cuando alguien que dice una mentira descomunal, aunque para esas “trolas” no necesitamos ningún modelo científico.

27 de abril de 2008

Polígrafo y emociones

Todos hemos visto alguna entrevista en la que se miden una serie de modificaciones de la fisiología del organismo del entrevistado, debidas a la actividad del sistema nervioso autónomo, esto es, a la actividad del sistema nervioso que controla el funcionamiento de las vísceras: el mayor o menor ritmo cardiaco, la abundante o escasa secreción de las glándulas salivares, etcétera.. Estos cambios, son registrados en un aparato llamado polígrafo, conocido vulgarmente como un detector de mentiras.
A lo largo de la historia de la humanidad, siempre ha habido una conciencia de que en los estados emocionales se producen cambios que afectan a funciones conocidas. Siempre se ha sabido que cuando uno se encuentra en una situación emocional de ansiedad, miedo, etc., disminuye la secreción de saliva y se nos queda la boca seca porque la activación de la rama simpática del sistema nervioso autónomo hace disminuir la secreción de las glándulas salivares. Los chinos, que sabían de esto, tenían un polígrafo realmente espectacular: cuando sospechaban de un delincuente, le hacían una serie de preguntas haciéndole tragar unas galletas de arroz. Ya se puede usted imaginar que alguien que se pone nervioso y se le seca la boca tendrá serios problemas para deglutir esas galletas chinas.
El polígrafo, sin embargo, no detecta mentira alguna, sino emociones, por lo que personas fácilmente emocionables pueden manifestar algún cambio significativo en su fisiología que no guarde ninguna relación con lo que se desea saber. Probablemente muchos de nosotros nos pondríamos nerviosos ante un polígrafo y, muy especialmente, si sabemos que nuestras respuestas pueden ayudar a un veredicto de inocencia o culpabilidad. Es muy poco probable que nos sentemos ante un detector de mentiras, pero es muy fácil que nos tomen la tensión arterial y hay mucha gente que, ante este hecho, se pone lo suficientemente nerviosa como para que la medición se aleje de los valores más reales. Tampoco es demasiado raro que algunas personas, antes de someterse a un electroencefalógrafo (que realizará electroencefalogramas), se sientan inquietas y miedosas por los electrodos que se colocan en su cuero cabelludo.
Sin embargo, ya en 1959, Lykken publicó un trabajo en el que explicaba que el polígrafo se debía utilizar para comprobar las reacciones del sujeto ante una serie de circunstancias del delito, unas reales y otras imaginadas. Si la persona no era culpable, sus cambios fisiológicos serían similares ante todas las preguntas, pero si fuera el autor del delito, reaccionaría de forma diferente ante los dos tipos de preguntas. Este truco científico se llama técnica del conocimiento de la culpabilidad.

21 de abril de 2008

La médula suprarrenal y la emoción

La médula suprarrenal es una glándula endocrina (que segrega hormonas) ubicada encima de los riñones (de ahí su nombre), que está inervada por el sistema nervioso autónomo, aunque sólo por la rama simpática. La estimulación de ésta aumenta, en pocos segundos, la secreción de la glándula: las hormonas adrenalina y noradrenalina. La subida es de tal magnitud que, en el caso de la adrenalina, los niveles hormonales en la sangre llegan a ser 1000 veces por encima de los normales, con lo que sus efectos son muy rápidos, en comparación con los de otras hormonas que tardan varios minutos, horas o incluso días en actuar.
Además, el resultado de la actuación de la adrenalina es similar a la de la activación simpática del sistema nervioso autónomo: tanto la adrenalina como el simpático hacen que el corazón funcione más rápidamente, ascienda la presión sanguínea, etc. Esto supone que muchas vísceras son estimuladas por dos vías diferentes (la nerviosa simpática y la hormonal), lo que es muy interesante porque, de esta forma, es posible, por ejemplo, aumentar el ritmo de los latidos del corazón sin necesidad de activar la rama simpática, o se puede subir la presión sanguínea sin usar las hormonas adrenales.
Nosotros no somos conscientes de lo que, en cada momento, está haciendo el sistema nervioso autónomo. No sabemos si se está produciendo una pequeña subida de la presión arterial, si el corazón late a un ritmo algo superior al de hace cinco minutos, si aumentan los movimientos intestinales, etc. Pero esto no implica que acontecimientos de los que sí tenemos noticia —dolores o emociones—, no sean capaces de estimular al hipotálamo o al sistema límbico de manera que se produzca una alteración del funcionamiento del sistema nervioso autónomo y, como consecuencia, una modificación de la actividad de algunas vísceras: del ritmo cardíaco, de la secreción de saliva, de la presión sanguínea, de la movilidad intestinal, etc.
Un incorrecto funcionamiento del sistema nervioso autónomo producirá una serie de síntomas muy peculiares: diarrea (sobre todo por la noche), sudoración excesiva, taquicardias sin motivo aparente… o los fenómenos opuestos.

14 de abril de 2008

El dolor emocional

El dolor es algo más que una sensación, nuestra consciencia de él nos permite, a veces, “despreciarlo”, ignorarlo, y esto sucede porque las emociones pueden alterar nuestra percepción dolorosa. La parte anterior del giro cingulado es una zona que se ha relacionado con el dolor, pero, y más exactamente, con el componente emocional del dolor. Hay dos experiencias, en principio bastante concluyentes, que lo demuestran.
En efecto, cuando a una persona se la somete a una percepción dolorosa mediante una sesión de hipnosis, se produce un cambio en la actividad de la corteza cingulada anterior, cambio que es perfectamente detectable mediante las técnicas de TEP (véase “Midiendo la actividad del cerebro emocional”).
Por otra parte, cuando a un paciente se le realiza una lobotomía prefrontal —en la que se daña a la corteza cingulada anterior—, siente dolor, pero disminuye su respuesta emocional al dolor. Hay mucha gente que le cuesta comprender que exista una ligazón emocional entre la percepción de dolor y la emoción dolorosa, pero Antonio Damasio ha narrado un caso extraordinariamente aclaratorio. Resulta que cierto enfermo sufría un dolor muy intenso ante el que diversos tratamientos analgésicos no habían sido exitosos. Este hombre entró en el quirófano para someterse a una lobotomía prefrontal que, evidentemente, lesionaría la corteza cingulada anterior. Dos días después de la intervención se encontraba relajado y jugando a las cartas con otro paciente del hospital. Se le preguntó por el dolor y contestó con satisfacción: “¡Oh!, los dolores son los mismos, pero ahora me siento bien, gracias”.

2 de abril de 2008

Genes que se expresan con las emociones

Cuando las células nerviosas, las neuronas, están funcionando activamente, algunos genes que antes no se manifestaban (o como se dice más científicamente, que antes no se expresaban) se manifiestan. Pero un gen se expresa, generalmente, en una proteína y, en consecuencia, la activación de unas neuronas se manifiesta con la presencia de alguna proteína. Una de ellas se llama Fos.
¿Cómo detectar la presencia de Fos? Hoy por hoy, al menos que yo sepa, la detección de una proteína neuronal se realiza con técnicas muy complejas de tinción que requieren, obviamente, la extracción del cerebro. Habrá, por tanto, que sacrificar al animal, lo que no supone que este método de estudio neuronal sea desdeñable a la hora de conocer las emociones (no humanas). Veamos.
Se pusieron en la misma jaula ratoncitos hembras y machos adultos buscando que los animales tuvieran relaciones sexuales. Se extrajo el cerebro de alguna de las hembras después de haber copulado, se examinaron las neuronas de una región de la amígdala (la medial) y se demostró que en ellas había proteína Fos, lo que implicaba que estas células se habían activado, en la monta. Es decir, en ellas se había producido un cambio en su fisiología que había producido la expresión de un gen que antes de la emoción no se expresaba.

22 de marzo de 2008

Midiendo la actividad del cerebro emocional

¿Se puede medir el funcionamiento emocional de regiones cerebrales específicas? Dicho de otra forma: si siento miedo, furia, asco, o alguna otra emoción, ¿puedo saber qué porción cerebral está siendo más activa? ¿Hay alguna forma científica que permita averiguar si estoy teniendo una emoción?
Desde hace unos años hay una técnica de neuroimagen denominada tomografía de emisión de positrones (TEP) que permite registrar la actividad metabólica de ciertas zonas cerebrales. Consiste en inyectar al paciente una molécula radiactiva, la 2-desoxiglucosa (2-DG), que es semejante a la glucosa y que, igual que ella, no tiene ningún problema para penetrar en el interior de las neuronas cerebrales que están activas.
Sin embargo, la 2-DG es degradada químicamente de manera muy lenta. Este hecho permite que las moléculas de la sustancia radiactiva emitan unas partículas subatómicas denominadas positrones, cuya presencia es detectada por un complejo aparato que capta imágenes de las diferentes actividades neuronales. De esta forma se detectan las regiones cerebrales donde ha pasado más cantidad de 2-DG, es decir, se perciben (con diferentes colores) las zonas cerebrales que tienen más actividad. Si esta prueba se realiza mientras el sujeto está leyendo, comprobaremos que las imágenes que se observan muestran una mayor actividad en el lóbulo occipital del cerebro, el responsable de la visión.
Cahill y sus colaboradores, en 1996, realizaron experimentos con personas a las que hicieron ver diversas películas, unas tenían un fuerte contenido emocional, otras eran, en cambio, emocionalmente indiferentes. Posteriormente investigaron el funcionamiento de sus cerebros usando las técnicas de la tomografía de emisión de positrones y pidieron a las personas que les contaran las películas. Cuando comentaban la película emocional se detectaba una mayor actividad en la amígala derecha, mientras que cuando hablaban de la película indiferente no manifestaban mayor actividad en esta zona cerebral.

16 de marzo de 2008

Me puedo emocionar antes de percibir una emoción

Las informaciones auditiva y visual, por ejemplo, llegan al tálamo y desde aquí parten por dos vías nerviosas: una que lleva los impulsos nerviosos a la amígdala y otra que manda la información a la corteza cerebral. En la corteza se produce la traducción y se hace consciente: veo un animal que se acerca amenazador, oigo un grito de lamento… Las que llegan a la amígdala se transforman en emociones.
Esta doble vía de entrada de la información tiene una importancia enorme en la medida que las señales procedentes de los órganos de los sentidos llegan a la amígdala antes que a la neocorteza —milésimas de segundo, pero antes—, lo que supone que nos podemos emocionar antes que percibir, conscientemente, las señales de la emoción (algo que sucede en el cuerpo en multitud de actos reflejos); así, es posible que el organismo inicie una respuesta muy rápida ante un peligro.Esto explica, por ejemplo, los sobresaltos nocturnos ante unos ruidos inesperados… e inofensivos. Sin embargo, no implica que, tal y como se ha indicado anteriormente, a la amígdala no lleguen impulsos nerviosos desde la corteza y que no sea un lugar donde se module la respuesta emocional: aumento de la presión sanguínea, del latido del corazón, de la actividad muscular, etcétera. Es decir, el cerebro emocional puede actuar con independencia de la corteza cereb

9 de marzo de 2008

Una estructura emocional: la amígdala

En neurobiología es casi imposible implicar a una sola estructura nerviosa en una determinada conducta, respuesta fisiológica, percepción, memoria, etc. Así, cuando decimos que una cierta porción del sistema nervioso es responsable de un determinado fenómeno no se suele querer decir que esa parte es la única responsable. En el caso de las emociones, si tuviéramos que elegir la zona más significativa, quizá habría que escoger la amígdala, una parte del sistema límbico ubicada en los lóbulos temporales, una estructura que es mucho más grande en los humanos que en nuestros parientes evolutivos más cercanos y que permite que nuestra variabilidad emocional sea mayor.
Las investigaciones recientes indican que la amígdala tiene una importancia capital en aquellas conductas que están implicadas en la supervivencia y, entre ellas, las emociones ocupan un lugar preeminente. A la amígdala llegan muchas señales nerviosas procedentes de los receptores olfativos, de la neocorteza sensitiva, de las áreas de asociación visual y auditiva, etcétera. Pero también, de la amígdala salen impulsos nerviosos que se dirigen a esas mismas zonas de la corteza y al hipocampo, al tálamo, al hipotálamo y otras zonas cerebrales. Concretemos un poco más. De la amígdala parten impulsos nerviosos que llegan a regiones cerebrales muy diversas que guardan relación con importantísimas funciones estrechamente vinculadas a las emociones: expresiones faciales de miedo, secreción de algunas hormonas, aumento de las frecuencias cardíaca y respiratoria, etc.
Si usted se detiene a reflexionar sobre las zonas que conectan con esta estructura, comprenderá fácilmente que haya sido considerada una pieza fundamental en el control del medio y los pensamientos. Pues bien, este control tiene una misión fundamental: ayudar a crear una conducta adecuada ante los sucesos que ocurren alrededor. Veamos.
Desde el tálamo llega a la amígdala una información muy rudimentaria, sin connotación alguna, de lo que sucede en el mundo —un sonido o una imagen, por ejemplo—, y desde la corteza llegan señales nerviosas que facilitan el reconocimiento del sonido o de la imagen.Es evidente, pues, que la amígdala es un importantísimo “nudo” de comunicaciones cerebrales. Es un controlador de gran parte de la información sensorial que envía mensajes ante las situaciones alarmantes o como se ha llegado a escribir, la amígdala es “una especie de ventana a través de la cual el sistema límbico, aprecia el lugar de la persona en el mundo” (Guyton, 1989).